lunes, 31 de enero de 2011

La Eneida de Virgilio. Segunda parte, el descenso a los infiernos


La riqueza de la Eneida trasciende el proyecto político e ideológico, convirtiéndose en un texto que significa algunas de las más profundas inquietudes filosófico-existenciales del ser humano. El canto VI representa un buen modelo en este sentido, pues en él se narran los acontecimientos sufridos por Eneas tras su llegada a Cumas, en la Campania italiana, donde es recibido por la Sibila y guiado por ella en su descenso al inframundo, donde el espíritu de su padre le hace partícipe de su destino fundacional y del futuro de Roma. Eneas, que a diferencia de los héroes griegos presenta unas marcadas cualidades morales, experimenta una katabasi, un descenso purificador a los infiernos, una “muerte iniciática” que eliminará sus dudas existenciales.

Durante el descenso Virgilio emplea la emotividad de sus versos para relatarnos una visión de la gran duda existencial humana, la posibilidad de la vida tras la muerte y los azares de los espíritus humanos en el más allá. Recoge incluso algunas teorías filosóficas presentes en pensadores clásicos como Pitágoras o Platón, aquella creencia basada en la transmigración o renacimiento de las almas inmortales en nuevos cuerpos humanos: “Esas almas –le dice-, destinadas por el hado a animar otros cuerpos, están bebiendo en las tranquilas aguas del Leteo el completo olvido de lo pasado” (libro VI, pág. 179). La pervivencia del motivo sobre la katabasi en la mentalidad occidental condujo a Dante a hacer de este episodio de la Eneida la guía para la representación del Infierno en su Divina Comedia.

Los versos de Virgilio en la Eneida, verdaderos ejemplos de la excelencia en cuanto a la métrica y musicalidad, adquieren progresivamente una mayor intensidad dramática en el libro VI, culminando en la parte final del capítulo con la revelación del destino del héroe: “Escúchame, pues voy a decirte la gloria que aguarda en lo futuro a la prole de Dárdano […] voy a revelarte tus hados” (libro VI, pág. 180). Como en casi toda la poesía épica, el ritmo narrativo es pausado, aumentando en intensidad dramática a medida que se acerca el desenlace final. Virgilio utiliza en este capítulo alguno de los procedimientos técnicos más habituales en poesía épica, herencia de los autores helenos, cuyo objetivo consiste en retrasar este desenlace, rompiendo también la monotonía de la narración. Una de estas técnicas consiste en la introducción de las denominadas como analepsis prolépticas, una de las cuales ya hemos comentado, la revelación del hado del héroe, que se refieren al avance de informaciones relativas al futuro que buscan la complicidad del público. Suelen adoptar la forma de oráculos o profecías expresadas en estilo directo. Otro ejemplo lo encontramos en el inicio del capítulo, cuando la Sibila otorga su primer oráculo a Eneas: “¡Oh, tú, que al fin te libraste -exclama-, de los grandes peligros del mar, pero otros mayores te aguardan en tierra! Llegarán, sí, los descendientes de Dárdano a los reinos de Lavino.” (libro VI, pág. 160).

La intensidad dramática aumenta a medida que Eneas y la Sibila se adentran por los parajes del Hades, las invocaciones y diálogos en estilo directo y primera persona se hacen más frecuentes. Eneas se encuentra con algunos guerreros troyanos muertos durante el incendio y conquista de su ciudad; más adelante la Sibila describe, en unos emotivos versos que erizan el cabello del lector, las visiones sobre los horrores del Tártaro, el terrorífico abismo situado bajo el mismo inframundo, abismo asentado sobre los cimientos del mundo, allí donde Júpiter arrojó a los Titanes. Por fin, tras cruzar la mansión de Plutón y llegar a los Campos Elíseos, donde moran las almas trascendidas, se encuentra con su padre Anquises, acabando el poeta la parte mitológica del capítulo e iniciando la épica propiamente dicha, en el clímax final del canto. Es ahora cuando Virgilio rememora los episodios y personajes más gloriosos de la historia romana. La fundación de la “ciudad eterna” y sus cuatro primeros reyes: Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio y Anco Marcio; grandes personajes de la República, como Catón el Viejo o Africanus, vencedor de Aníbal, el gran general cartaginés; por fin, César, divinizado por el pueblo, y el más grande de todos, Augusto, su “hijo”, descendiente de una estirpe divina y restaurador de la edad dorada de los orígenes.

Resulta sin duda la Eneida una obra maestra de la literatura de todos los tiempos, cuya estructura y contenido han influido en la mentalidad occidental, de una u otra forma, con el discurrir de los siglos. Un texto de un valor literario incuestionable que se ha tomado siempre como referente de la maestría poética.

lunes, 17 de enero de 2011

La Eneida de Virgilio. Primera parte


La Eneida es el poema épico latino por excelencia. Creado por Virgilio durante diez años de trabajo, canta la leyenda del héroe mítico Eneas, el troyano hijo de Anquises y la diosa Venus, que logró escapar tras la caída de Troya y se embarcó en una misión fundacional que le conduciría a convertirse en precursor de la ciudad de Roma.

Compuesta en doce libros y estructurada siguiendo el modelo homérico, ya que en ella se encuentran adaptados muchos personajes y acontecimientos de la Iliada y la Odisea, recoge en sus páginas gran parte del acervo mitológico grecorromano, incluyendo también algunos de los acontecimientos históricos más importantes de la ciudad hasta el principado de Augusto, fundiendo las dos grandes temáticas de la poesía épica latina, la mitológica y la nacional-patriótica. Los seis primeros libros, cuyos argumentos son tomados de la Odisea homérica, relatan las míticas aventuras del héroe en su viaje hacia Italia. Los seis últimos constituyen el relato épico, adaptado en parte de la Iliada, sobre las luchas del héroe en su afán por asentarse en la Lacio italiana y fundar una ciudad que más tarde sería conocida como Roma.

La Eneida, modelo básico de toda la épica latina, llegaría a convertirse en la epopeya nacional de los romanos. Creada por encargo del primer emperador, Augusto, la obra cumplió un cometido propagandístico destinado a legitimar el gobierno unipersonal del princeps, al dirigirse hacia la mentalidad y los valores que el nuevo régimen deseaba instaurar en la sociedad del momento. Desde inicios de la República, a finales del s. VI a.C., se instaló en la mentalidad romana una aversión hacia los gobiernos unipersonales hereditarios, presente todavía en época de Augusto. Es por ello que Octavio hubo de presentarse como garante de la herencia gloriosa de la República, y para este cometido encargó a su amigo y consejero Cayo Mecenas la creación de un círculo artístico y literario del cual Virgilio fue uno de sus máximos exponentes. Así, Virgilio contribuyó a presentar al princeps como el genio tutelar de Roma, su verdadero defensor, ayudando a su posterior divinización por devoción popular.

La Eneida representa también uno de los intentos por dotar a Roma de una “historia oficial”, que no real, de sus orígenes, un compendio de mitos, leyendas y hechos históricos que más tarde formaron un corpus que arraigó sobremanera en la conciencia popular de todo ciudadano romano. De esta forma, la obra establece una Roma ideal, aquella que renacía de la mano de Augusto, una recuperación de la mítica Edad de Oro*, como se aprecia en: “Ése será el héroe que tantas veces te fue prometido, César Augusto, del linaje de los dioses, que por segunda vez hará nacer los siglos de oro en el Lacio, en esos campos en que antiguamente reinó Saturno” (libro VI, pág. 181). Se proclama, además, la divina misión civilizadora de la ciudad como rectora de los pueblos, una visión nacionalista y patriótica que ha sido harto criticada. Pero gran parte de esa visión crítica nace de los prejuicios occidentales que tienden a considerar intrínsecos gobierno unipersonal y tiranía, mentalidad procedente en parte de la herencia cultural que, desde la Edad Media, pasando por los absolutismos de época moderna y los nacionalismos patrióticos del s. XX (fascismos), se instaló en la mentalidad occidental contemporánea, más acostumbrada a idealizar la época republicana que la imperial.

Es cierto que Virgilio contribuyó a reforzar y legitimar el gobierno de Augusto, pero ello no significa que el emperador fuese un “despiadado tirano”, puesto que este tipo de interpretaciones olvidan el caótico periodo que, para el pueblo romano, significó la época tardo-republicana. Así, el Principado de Augusto constituyó ciertamente un periodo de estabilidad para Roma, de paz, bienestar y crecimiento económico para sus ciudadanos, si bien es cierto que también fueron restringidas algunas libertades que otros escritores como Ovidio, que cayó en desgracia y fue desterrado, hubieron de padecer.


Continuará...

* El tópico de la Edad de Oro, formulado ya en la literatura clásica, ha persistido en la conciencia social de Occidente. Se refiere básicamente a una Edad ideal de absoluta felicidad en la cual el hombre carecía de preocupaciones de ninguna clase, en un tiempo en que dioses y hombres llevaban una existencia paralela.