martes, 10 de febrero de 2015

La relación entre razón y emociones. La educación emocional



     La visión cartesiana y el racionalismo del s. XIX ayudaron a forjar una perspectiva donde toda filosofía se centró en la experiencia del yo como sujeto pensante, comprendiendo la consciencia como una realidad estática prácticamente separada del resto del mundo, interno o externo, es decir, el yo enfrentado a todo lo demás. Sin embargo, esta concepción de la realidad ha quedado superada gracias a la investigación en diversos ámbitos científicos, como la neurobiología, donde estudiosos como Antonio Damasio han demostrado la estrecha relación entre la conciencia racional y las emociones.

       El córtex cerebral, sede de la razón y la conciencia, se encuentra enlazado con el sistema límbico[1] mediante la red de neuronas de nuestro cerebro. Así, emociones y sentimientos no pueden disociarse del acto del pensamiento. Es más, las emociones son necesarias para el proceso cognitivo humano, entre otras cosas porque propician la toma de decisiones de forma rápida y automática en situaciones que se refieren al día a día de las personas, actuando como disparador. Los procesos de la mente racional, por el contrario, son infinitamente más lentos ya que requieren de un análisis de las diferentes opciones antes de la toma de la decisión. Un ejemplo de este comportamiento automático podría ser la rapidez con que podemos sortear un accidente de tráfico, lo que llamamos rapidez de reflejos, y cuyo disparador en este caso sería el miedo. Sin este disparador emocional y estos mecanismos automáticos en la toma de decisiones, si sólo pudiésemos disponer de la consciencia racional, que necesita evaluar las diferentes opciones, sin duda nos habríamos estrellado.

         Pero los estudios científicos aún no se encuentran lo suficientemente avanzados como para conocer cómo se articula en la práctica esta interrelación entre razón y emociones. A partir de aquí, en diversos ámbitos académicos se vienen planteando una serie de interesantes cuestiones.

     Una de ellas gira en torno a la posible necesidad de una educación emocional de las personas, algo “muy de moda” desde hace cierto tiempo en nuestras sociedades, incorporada a nuestros sistemas educativos, con el objetivo de mejorar las interacciones sociales. Ante las evidencias mostradas por Damasio y otros de que “las emociones son programas de acción innatos y automatizados para preservar la vida de un organismo”, se suele considerar la importancia de la educación para la propia gestión de las emociones. Pero otras opiniones, ante la perspectiva de la posibilidad del desarrollo de ciertas estrategias de control emocional por parte de determinados poderes sociales, expresan un fuerte rechazo ante esta contingencia.

       Así pues, sin entrar en valoraciones de lo adecuado de la educación emocional, y aunque existe la posibilidad de que la educación emocional resulte una moda más que superemos con el tiempo, lo cierto es que la neurociencia ha mostrado que, en la aventura cognoscitiva, al ser humano no le resulta posible prescindir de sus emociones.



[1] La neurociencia muestra que el sistema límbico es la sede de las emociones y los sentimientos.