lunes, 15 de junio de 2015

Neurociencia y Experiencias Espirituales


La existencia de la divinidad no es algo competente para la ciencia, es indemostrable, pertenece al ámbito de las creencias. Lo que sí compete a la ciencia, concretamente a la neurobiología, es la forma como se forjan y transmiten las creencias religiosas y cuál es el origen biológico de las experiencias espirituales. 

Sobre el origen de las experiencias espirituales, la neurociencia moderna demuestra que poseen una base neurobiológica. El sentimiento religioso tiene una ventaja evolutiva para el ser humano y ha permitido la formación de sociedades a lo largo de la historia. Así, el cerebro posee determinadas estructuras cuya actividad funciona como un sistema de recompensa con vistas a la supervivencia del organismo. La espiritualidad sería la parte subjetiva de la actividad de esas estructuras. Y las experiencias espirituales se caracterizan, en opinión de los neurocientíficos norteamericanos Newberg y D’aquili, por “descargas emocionales intermitentes que implican sensaciones subjetivas de sobrecogimiento, paz, tranquilidad o éxtasis”. Así pues, las experiencias espirituales se relacionan fundamentalmente con las áreas del cerebro que intervienen en el procesamiento de las emociones. Aunque no es la única región implicada, el gran soporte de las experiencias religiosas se halla en el lóbulo temporal del cerebro. Experiencias como la hiperreligiosidad, las alucinaciones visuales y auditivas de divinidades y seres sobrenaturales, o sentimientos de unión con dios se relacionan con la actividad del lóbulo temporal y sus estructuras límbicas. Experiencias como el abandono del propio cuerpo, por ejemplo, característico de las experiencias cercanas a la muerte, pueden provocarse por la estimulación eléctrica de la amígdala (coordina respuestas conductuales, autónomas y endocrinas), el hipocampo (implicado en la memoria) y el lóbulo temporal inferior, todas ellas estructuras clave para la supervivencia del individuo. 

Desde la perspectiva neuroquímica, todas estas experiencias se relacionan con el aumento de un neurotransmisor en concreto, la dopamina, relacionada con el sistema de recompensa del cerebro cuyo aumento provoca sentimientos placenteros, y el descenso de otro, la serotonina, en estas estructuras del lóbulo temporal. Esta relación entre el aumento de la actividad dopaminérgica del lóbulo temporal con las experiencias espirituales puede corroborarse en la hiperreligiosidad de personas que sufren esquizofrenia, en los delirios religiosos en pacientes con trastorno bipolar o en los casos de epilepsia del lóbulo temporal, cuando durante los ataques, estas personas sufren potentes experiencias místicas y alucinaciones visual-auditivas. Pero también se relacionan con la ingesta de drogas enteógenas como el LSD. En opinión del neurocientífico canadiense Michael Persinger, estas experiencias se deben a perturbaciones eléctricas en el lóbulo temporal que sufren todas las personas, no sólo los epilépticos, durante estados transitorios causados por multitud de factores, como el estrés, la ansiedad, la música, la ingesta de drogas, la hipoglucemia o la hipoxia. Y siempre estas experiencias, las visiones paranormales, se relacionan con el bagaje cultural del sujeto que las sufre (una persona educada en el cristianismo nunca tendrá experiencias relacionadas con personajes o divinidades procedentes de otras religiones). Por tanto, según Persinger, estas visiones o experiencias no son más que ilusiones creadas por el cerebro, sensaciones que son percibidas como totalmente reales por el sujeto.